A Zapatero ya le queda menos

Con la derrota de su apadrinada para la Comunidad de Madrid, Trinidad Jiménez, a Zapatero cada vez le va quedando menos margen, por no decir ninguno. Su casi única oportunidad serí­a algo así­ como que nos tocara la loterí­a y de pronto empezáramos a crecer económicamente. Pero eso, como la loterí­a de verdad, nunca nos toca a nosotros.

Tomás Gómez se hizo el fuerte, le plantó cara a su secretario general y ganó la apuesta. Es lo último después de la huelga general y las subsiguientes encuestas en las que dejan al pesoe por los suelos. No quiere decir eso que el pepe suba; este partido simplemente se mantiene. Es lo que le hace fuerte, que sus fieles no son crí­ticos y le apoyan siempre, en las buenas y en las malas. Los votantes de izquierda, sin embargo, siempre han sido muy crí­ticos con sus lí­deres y si estos no cumplen les retiran su confianza. Y eso le ha pasado a Zapatero: que no ha cumplido. Por eso los votantes la han retirado la confianza. Ya. No le quieren los votantes de derechas, evidentemente, pero tampoco le quieren los votantes progresistas, entendiendo como progresistas a los que siempre hemos considerado como tales y no a los del pepe por mucho que quiera la señora de Cospedal. Ahora al partido socialista no le queda otra opción que presentar otro candidato para las próxima elecciones generales, porque con Zapatero no van a ningún sitio. Ha perdido toda su credibilidad con una cantidad de parados increí­ble, con una reforma para solucionar el problema que da a los empresarios todo el poder y se lo quita a los jueces, con unas ayudas económicas a los que, precisamente, nos llevaron a esta crisis.

Ahora nos dice que los presupuestos del próximo año son los presupuestos más sociales. Claro que son sociales, dedicando una inmensa cantidad a subvencionar a los parados que su polí­tica creó.

No creo en Zapatero, pero Rajoy me da tanto o más miedo que aquel. Sí­, sí­, ya se que existen otras alternativas, pero son tan minúsculas que es muy difí­cil decantarse por ellas y, con la ley electoral en la mano, pensar que nuestro voto va a ayudar. Aunque si se consiguiera crear de verdad un partido y unos lí­deres ilusionantes ¿quién sabe?

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