El derecho a decidir

En enero del próximo año se cumplirán 20 años del suicidio inducido de Ramón Sampedro sin derecho a decidir legalmente. Ramón estuvo tres décadas luchando para que la justicia española le dejase morir dignamente. El 12 de enero de 1998 decidió que era el día.

Una vez agotados los recursos decidió pedir ayuda a 14 amigos para morir en su cama intentando no perjudicar a ninguno de ellos. A cada uno le encomendó uno de los pasos necesarios para terminar con su vida, pasos que, por sí­ mismos, no eran constitutivos de delito. De esta manera consiguió que no pudieran acusar a ninguno de su muerte. Únicamente podían acusar a la última persona que estuvo con él y que grabó el vídeo que dejó como prueba de que no había sido asesinado, que había sido una decisión suya, meditada durante casi 30 años y que no se tenía que culpar a nadie. Esa persona, que la policía consideró en primer término que había sido Ramona Maneiro, la mujer que le había amado durante los últimos dos años, podía ser acusada de «omisión del deber de socorro«. Nunca encontraron pruebas de que hubiera sido ella. Aunque la detuvieron, finalmente la dejaron en libertad sin cargos, aunque debiendo acudir al juzgado cada primero de mes.

Siete años después, Ramona reconoce en una entrevista en televisión haber facilitado el acceso a Ramón al cianuro y ser la persona que grabó el vídeo. El delito ya estaba prescrito.

Casi 20 años después, el pasado domingo 2 de abril, José Antonio Arrabal, enfermo de ELA diagnosticado desde agosto de 2015 decide, aprovechando que aún puede utilizar su mano derecha, ya que la izquierda la tiene prácticamente inútil, y mientras su mujer y sus dos hijos no se encuentran en casa, tomar unos medicamentes comprados por internet que, primero le dormirán y luego le provocarán una parada cardiorrespiratoria. De esta manera nadie podrá después dudar y poner en peligro la inocencia de su familia. Debió morir solo, sin el acompañamiendo de los suyos en el momento de marcharse, para evitar que pudieran acabar acusados de ayuda al suicidio, omisión de ayuda o, incluso, homicidio. Además, deja para ello los documentos que considera importantes: su DNI, su historia clínica, su testamento, una carta al juez, un papel en el que hace donación de su cerebro y una hoja que solo dice: «No reanimación«.

Parece mentira que aún estemos en el mismo lugar que hace casi 20 años: sin dar una solución a la persona que quiera una muerte digna. Existen métodos para paliar el dolor cuando se está cerca del final, como la sedación terminal o el deseo permitido por la Ley de Autonomía del Paciente de que nos garantiza poder rechazar lo que nos mantiene con vida artificialmente, pero no se pueden denominar eutanasia, ya que estos métodos no nos permiten elegir cuando morimos, sino evitar en lo posible el dolor soportado y acortar el tiempo de vida. La eutanasia requiere voluntad, una decisión consciente, informada y libre, decidir dejar de vivir en el momento que queramos y que según la RAE es la «Intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura«.

Ramón Sampedro dejó escrito:

«El derecho de nacer parte de una verdad: el deseo de placer. El derecho de morir parte de otra verdad: el deseo de no sufrir. La razón ética pone el bien o el mal en cada uno de los actos. Un hijo concebido contra la voluntad de la mujer es un crimen. Una muerte contra la voluntad de la persona también. Pero un hijo deseado y concebido por amor es, obviamente, un bien. Una muerte deseada para liberarse de un dolor irremediable, también. […] Ninguna libertad puede estar construida sobre una tiranía. Ninguna justicia sobre una injusticia o dolor. Ningún bien universal sobre un sufrimiento injusto«.

Es imprescindible legalizar la eutanasia para impedir más casos como el de Ramón o el de José Antonio, que impidan que un familiar nuestro -padre, madre, hija, hijo, hermano, hermana, etc. – o incluso nosotros mismos, nos veamos en la situación de tener que morir sin el adiós cercano y tranquilo de quienes más queremos, para evitar morir solos, abandonados a nuestra suerte.

A continuación, podéis ver el vídeo que dejó grabado José Antonio.

Enlace al reportaje en elpais.es:

«Me indigna tener que morir en clandestinidad«

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