Leonard Cohen

Ayer Leonard Cohen recibió de manos del Principe Felipe, el galardón Prí­ncipe de Asturias de las Letras 2011 y nos dejó este discurso. Pone los pelos de punta:

Leonard Cohen y su sombrero


Excelencias, miembros del jurado, distinguidos premiados, señoras y señores:

Es un gran honor estar aquí­ ante ustedes esta noche. Quizá no esté acostumbrado -como el gran maestro Ricardo Muti- a estar ante el público sin una orquesta tras de mí­, pero haré lo que pueda.
Me pasé toda la noche blanco, pensando qué podrí­a decir aquí­, ante esta asamblea de distinguidas personas. Tras comerme todas las barras de chocolate y todos los cacahuetes del minibar, garabateé unas pocas palabras, y no creo que me tenga que referir a ellas. Estoy muy emocionado por este reconocimiento.

Si yo supiera de dónde vienen las canciones, las crearí­a más a menudo. Mientras hací­a el equipaje para venir, cogí­ mi guitarra -tengo una guitarra Laconte que está hecha en la calle Caminal, 7, en España-. Es un instrumento que tendrá unos 40 años, más o menos. El instrumento y la caja, eran como de helio, eran muy ligeros. Me puse la guitarra casi en la cara. La miraba. Con lo bien diseñada que está… Olí­a la fragancia de la madera viva, porque sabemos que la madera nunca llega a morir. Y olí­a esa fragancia del cedro tan fresco como si fuera el primer dí­a cuando compré la guitarra, hace 40 años. Y la voz parecí­a decirme: «Eres un hombre viejo y no has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud a quien la merece, al suelo y a la tierra. Con esta fragancia, de donde viene esta fragancia…»

Así­ que vengo hoy, aquí­, esta noche a agradecer al suelo, a la tierra, a este pueblo que me ha dado tanto. Porque un hombre no es un DNI y un paí­s no es sólo eso tampoco. Una carta, un crédito no es un paí­s. En esta fraternidad en la que estoy con el poeta Federico Garcí­a Lorca, puedo decir que cuando era joven y adolescente y buscaba una voz en mí­, estudiaba los poetas ingleses y conocí­a bien su obra y copiaba sus estilos, pero no encontraba mi voz. Solamente cuando por fin leí­, aunque era una traducción, las obras de Federico Garcí­a Lorca, fue entonces cuando comprendí­ que habí­a una voz. No es que haya copiado su voz. Yo no me atreverí­a a hacer eso. Pero me dio permiso para encontrar una voz, para ubicar una voz. Es decir, para ubicar el yo, un yo que no está del todo terminado, que lucha por su propia existencia. Conforme me iba haciendo mayor comprendí­ que las instrucciones vení­an con esa voz. ¿Qué instrucciones eran esas? Nunca lamentar, ni siquiera casualmente, si queremos expresar la derrota que nos ataca a todos, tiene que ser en los confines estrictos de la dignidad y de la belleza. Y por tanto ya habí­a encontrado mi yo, pero no tení­a el instrumento para expresarla, no tení­a una canción.

Y ahora voy a contarles muy brevemente la historia de cómo conseguí­ mi canción, porque era un guitarrista indiferente. Yo mamporreaba la guitarra, sólo sabí­a unos cuantos acordes. Me sentaba con mis amigos, mis colegas; bebí­amos, cantábamos canciones. En mil años nunca me vi como un músico o como cantante. Pero un dí­a, a principios de los 60 estaba de visita en casa de mi madre, estaba frente a un parque, y en el parque habí­a una pista de tenis, y allí­ iba mucha gente a ver a los jóvenes jugadores de tenis disfrutando de su deporte. Fui a ese parque que conocí­a de la infancia y habí­a un joven tocando la guitarra flamenca y estaba rodeado de dos o tres chicas que estaban escuchándole y me encantaba cómo tocaba. Habí­a algo en su manera de tocar que me cautivaba. Yo querí­a tocar así­. Yo sabí­a que nunca serí­a capaz de tocar así­. Así­ que me senté allí­, con otras personas que escuchaban durante un rato, y luego se hizo el silencio… un silencio muy apropiado, y le pregunté si me darí­a clases de guitarra. Era un joven de España, y sólo podí­amos entendernos con un poquito de francés; no hablaba inglés. Dijo «sí­, te daré clases de guitarra». Dije: «vivo allí­, en la casa de mi madre».
Quedamos y establecimos el precio de las clases y vino a casa de mi madre al dí­a siguiente y dijo: «Déjame oí­rte tocar algo». Yo empecé a tocar algo y dijo: «No tienes ni idea de cómo tocar, ¿verdad?». «No, la verdad es que no sé tocar». «En primer lugar déjame que afine la guitarra, porque está desafinada. Cogió la guitarra, la afinó y dijo: «No es una mala guitarra». No era Laconte, pero no era una guitarra mala. Me la devolvió y dijo «ahora ponte a tocar». No sabí­a tocar mejor, la verdad. «Voy a hacer algunos acordes», y cogió la guitarra y produjo un sonido de la guitarra que yo, evidentemente, nunca habí­a oí­do. Y formó la secuencia de acordes, así­, de manera rápida. Y dijo: «Ahora hazlo tú». Y dije, no, no sé hacerlo. «A ver, déjame que use yo tus dedos y te iré diciendo dónde los tienes que poner» y los puso en el mástil. «Y ahora toca». Y fue un desastre. «Vuelve mañana», me dijo. Volvió al dí­a siguiente, me puso las manos en la guitarra, la puse en mi regazo, en la manera adecuada, con la postura buena y empecé otra vez esos seis acordes y la progresión de seis cuerdas. Muchas canciones flamencas son en la progresión de seis acordes. Y la verdad es que me sentí­ mejor. Al tercer dí­a mejoró la cosa. Pero ya sabí­a los acordes y sabí­a que, aunque no podí­a coordinar los dedos adecuadamente para producir el sonido correcto, era la pauta de sonido que él querí­a; sabí­a los acordes. Los sabí­a muy, muy bien.

Al dí­a siguiente no vino. Yo tení­a el número de la pensión de la que estaba quedándose en Montreal y llamé por teléfono para ver por qué no habí­a venido. Y me dijeron que se habí­a suicidado, y yo no sabí­a nada de este señor. No sabí­a de qué parte de España procedí­a, desconocí­a por qué habí­a venido en concreto a la ciudad de Montreal, por qué se quedaba en Montreal en esos momentos, por qué estaba en esa pista de tenis. No tení­a ni idea de por qué se habí­a quitado la vida. Estaba muy triste, evidentemente. Ahora estoy contando lo que nunca habí­a contado en público. Esos seis acordes, esa pauta de sonido de la guitarra, han sido la base de todas mis canciones, de toda mi música.

Y ahora podrán comenzar a entender las dimensiones de la gratitud que yo tengo por este paí­s. Todo lo que han encontrado favorable en mi trabajo, en mi obra, viene de este lugar que les he contado. Todo lo que ustedes encuentran favorable en mis canciones, en mi poesí­a, están inspiradas por esta tierra y por tanto les agradezco enormemente esta cálida hospitalidad que me han demostrado y que han mostrado por mi obra, porque es suya y me han permitido poner mi firma al final de la última página.

Gracias.

Lo dicho, como escarpias…

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