Un rato en la Plz de España

Me siento un rato en un banco de la Plz. de España de Madrid y me quedo observando el panorama. Un compendio de gente que forma el decorado. Nada más tomar asiento veo pasar una rubia, tacones, pantalón ajustado, mareando la mierda. En el banco de al lado encuentro a uno de los denominados «sin techo«, aunque no es cierto, tienen un bonito techo de polución sobre sus cabezas. Intenta dormitar al calor del sol de la mañana, se mueve a un lado y otro buscando la posición más cómoda. Como yo los domingos a la hora de la siesta. La busco en el sillón, mi sillón, frente al televisor. Pero su pelí­cula es mejor, más real, más de la vida.

En otro banco más allá una pareja de sudamericanos se hacen arrumacos y descansan tranquí­lamente. ¿Turistas? ¿Emigrantes en su dí­a libre o sólo en su mañana libre? Un jubilado lee frente a ellos en otro banco más. Todo paz. Todo tranquilidad. Eso si nos olvidamos del tráfico. El tráfico rodea la plaza por todos lados. Es una isla en el mar de coches. En pleno centro de Madrid. Suave sol de primavera, ligera brisa, un libro del jodí­o Pérez-Reverte. Es que es un cachondo el tí­o. Cómo escribe.

Ahora me doy cuenta del cincuentón allá enfrente, vestido de negro, móvil a la oreja y pechera de la camisa desabotonada, tomando el sol y cogiendo colorcillo. Le va a quedar pintado un triángulo casi perfecto en ese pecho varonil.

De pronto aparece a caballo, tacatá, tacatá, un policí­a nacional. Se dirige a un extranjero moreno cercano al pintor de pecho. Desde el caballo le pide la documentación. Parece en regla, porque le deja ir. Echa a otros que en otro banco tienen un carro de esos de hipermercado. Debe ser que está prohibido estacionar carros en la plaza.

Lo siguiente me deja patidifuso. Se dirige a un fulano que está leyendo un libro tan ricamente, le da las riendas del caballo para que se lo sujete, se adentra en los mares de césped de la plaza y reclama a los tumbados nadando en ese mar que allí­ no se puede nadar, que sólo se permite sentarse en el flotador. Vuelve, recoge su caballo, supongo que agradece al ciudadano la ayuda prestada y se va con su compañero vaquero, que acaba de llegar de dar una paseito por la zona, a seguir pidiendo más documentaciones, a decirle al del banco de al lado que no se puede dormir, que no son horas, cojones.

Mientras me retiro veo a mi vecino bostezando el sueño que no le han dejado hacer.

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